¿Has visto alguna vez algo que contenga tanta calma y asombro al mismo tiempo como el sol?
Cada mañana se eleva — de la nada, como una flor roja que se abre sobre el mar.
Y cada tarde vuelve a descender, tranquila y segura, como si todo ocurriera por sí solo.
Como si no saliera por nosotros, pero aún así llegara justo a tiempo.
Estaba sentada en la playa con un libro de Mary Oliver.
El sol aún estaba bajo, la playa vacía, el sonido de las olas de fondo.
Y entonces leí esta frase:
“have you ever felt for anything
such wild love—”
¿Has sentido alguna vez por algo
un amor tan salvaje…?
Ella habla del sol. Pero también de nosotros.
De si aún nos dejamos tocar, de verdad.
De si todavía nos dejamos llenar por algo que no nos pide nada —
excepto atención.
Ella pregunta:
“do you think there is anywhere, in any language,
a word billowing enough
for the pleasure”
¿Crees que existe en algún lugar, en cualquier idioma,
una palabra lo bastante vasta
para el placer?
Y pensé: quizás no. Tal vez eso es precisamente lo que nos enseña el sol.
Que hay cosas que no se pueden nombrar.
Que no se pueden poseer.
Solo recibir.
Vivimos en un mundo en el que queremos tanto. Más, mejor, más rápido.
Pero el mayor milagro pasa cada día frente a nuestra ventana.
Sin exigir. Sin prisa.
Sin preguntarse si lo merecemos.
Quizás no siempre tengamos que entender o nombrar lo que sentimos.
Quizás sea suficiente sentarse, mirar, respirar.
Y recordarnos lo que ya está presente.
Como el sol.
Cada mañana de nuevo.
Para quien quiera verlo.
“The Sun” – Mary Oliver
De la colección Devotions