La gran limpieza.
Tras semanas con el manitas en casa, trabajo en mi web y orden en casa, necesitaba algo pequeño pero satisfactorio: mis cajas de cables. Dos cajas llenas de cables, adaptadores, repetidores wifi, un TP-Link viejo y... cosas que ya ni sé para qué servían.
¿Qué haces con estas cosas si no eres muy técnica? Sabes que alguna vez sirvieron para algo, quizá aún útiles — pero ¿qué, cuándo y dónde? No le vas a preguntar a alguien (“oye, ¿sabes para qué servía este enchufe raro?”), y buscarlo online suele ser un laberinto.
Por suerte, tengo ChatGPT.
Tecnología como compañero de conversación.
Envío una foto, cuento lo que recuerdo, y recibo una respuesta clara: qué es, para qué sirve, y si aún me puede servir. Sin tono técnico ni condescendiente. Como ese router/powerbank RAVPower que compré para un viaje — y nunca usé. O ese aparato wifi que pensé usar en el balcón, pero no… necesitaría tirar cables. No tenía sentido.
Y entonces llega la calma. Uno por uno, los “quizá” desaparecen de la mesa — literalmente.
Y entonces apareció la Nikon.
Una camarita plateada, bien guardada en una funda de terciopelo. La Nikon Coolpix 3700. Lo último en 2003. Compacta, elegante, impresionante. Sentí un poco de aquel orgullo antiguo al tenerla en las manos. Pero también supe: esto no es una joya de colección. No es un clásico de diseño. Solo una cámara vieja que ya cumplió su función. Y sí… también fue al montón de “para regalar”.
“Crear espacio también es una forma de cuidado.”
Hacer espacio sienta bien.
Lo que aprendí: no se trata solo de cosas. Es claridad. Elegir con intención. Preguntarte: ¿aún lo uso? ¿Podría alegrar a otra persona? ¿O simplemente toca dejarlo ir?
Mis cajas ahora están ordenadas. Sé lo que tengo, lo que guardo y lo que ya no. Eso da espacio. No solo en el armario, también en la cabeza.
Mientras tanto, me tomo una sopita del congelador. Casera, de esta primavera.
Un pequeño regalo de mi yo del pasado — como este momento en orden, ahora.